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Crítica de “Ospina Cali Colombia”, documental de Jorge de Carvalho sobre Luis Ospina - #IFFR2024

Tras su estreno mundial en el Doc Lisboa 2023, se presentó hace pocos días en Rotterdam este valioso trabajo del portugués Jorge de Carvalho sobre la extraordinaria e imprescindible figura de Luis Ospina.

Publicada el 12/02/2024


Ospina Cali Colombia (Portugal/2023). Dirección: Jorge de Carvalho. Duración: 81 minutos. En la sección Cinema Regained.


No soy objetivo con Luis Ospina (1949-2019). Lo conocí, lo traté ya sea en Cartagena o en Buenos Aires, lo admiré desde lo personal pero sobre todo desde lo artístico: siempre me pareció alguien dueño de una vida tan intensa y creativa como fascinante, un tipo de una enorme lucidez para analizar a su Colombia natal, al mundo del arte, al cine (y la cinefilia) y al mundo en general; uno de los documentalistas (aunque también hizo notables aportes en la ficción) más provocadores surgidos de América Latina, un intelectual inclasificable e incómodo para la derecha, para la izquierda, para los reaccionarios, para los esnobs, para los modernos y para los políticamente correctos e incorrectos.

Hecha esta para mí necesaria introducción a modo personal, Ospina Cali Colombia resulta más interesante por los siempre inteligentes conceptos que vierte el director que por la forma del documental del portugués Jorge de Carvalho. De hecho, el corazón del film es una entrevista que el realizador le hizo a Ospina en 2018 (un año antes de su muerte), a la que se le añaden fragmentos de las distintas películas y de diversas apariciones públicas (conferencias, presentaciones, mesas redondas), así como valiosos materiales de archivo (fotos, home movies, detrás de escenas).

En otro contexto, o con otro protagonista, sería un documental bastante convencional, un videoensayo apenas correcto, pero Ospina lo transforma en una experiencia muy rica. Es precisamente el realizador quien comienza hablando de las diferencias entre el reportaje de índole más televisiva y el documental, de la vampirización de los directores y de la responsabilidad del cineasta de devolverle dignidad a quienes son filmados. “El cine es puro artificio, contar un montón de mentiras para decir una verdad”, dice con esa sonrisa cómplice, simpática, entrañable que lo caracterizaba.

Ospina recorre su infancia (de su padre tomó una cámara de 16mm, un proyector y una moviola para ya a los 14 años hacer su primera película -muda-) y recuerda que iba dos o tres veces por semana al cine, muchas veces llevado por la empleada doméstica de turno. Así fue como vio muchos melodramas de Douglas Sirk, aunque con su hermano Sebastián preferían los westerns. Él era fanático de Kirk Douglas; Sebastián, de Burt Lancaster, y entonces todo fue felicidad cuando se estrenó Duelo de titanes / Gunfight at the O.K. Corral (1957), film de John Sturges que juntó a los ídolos de ambos.

El joven Ospina estudió los dos últimos años de la secundaria en Boston, donde conoció el movimiento de cine under de Stan Brakhage, Jonas Mekas y Kenneth Anger, y descubrió los clásicos de Japón, la India y la modernidad de la Nouvelle Vague francesa, y luego se anotó en Arquitectura en a USC de California. Al primer día, sin avisarle a sus padres, se pasó a la carrera de cine: “Cambié los planos arquitectónicos por los de Dreyer, Godard y Antonioni”, cuenta a cámara con mirada pícara.

Cuando en 1968 descubrió en la misma zona la UCLA supo que esa era la universidad en la que quería estudiar. Se mantuvo allí hasta 1972, en medio del boom del hippismo, el sexo, las drogas alucinógenas y el rock. Allí filmó sin saber nada de técnica Acto de fe, corto basado en un texto de Jean-Paul Sartre, inspirado por Míralos morir / Targets (1968), de Peter Bogdanovich, y al que él ve como un precursor de Taxi Driver.



En medio de la invasión estadounidense a Camboya, organizaron una asamblea, tomaron la universidad, echaron a los profesores e hicieron infinidad de películas políticas, militantes, (“bastante malas”, confiesa, aunque asegura que fue “un período de anarquía muy saludable”).

De vacaciones en Colombia, se reencontró con su amigo Carlos Mayolo, quien también ya hacía películas, y rodaron Oiga vea!, un documental “de contrainformación” sobre los Juegos Panamericanos de Cali 1971 que, dice, cambiaron su ciudad para siempre por la destrucción del patrimonio arquitectónico. Influidos por el Tercer Cine de Octavio Getino y Pino Solanas, por el Cinema Novo brasileño de su por entonces ídolo Glauber Rocha y por el cine cubano, narraron aquella película desde la perspectiva de los excluidos, aquellos que no podian entrar a los estadios (ellos tampoco fueron acreditados por la organización).

Si bien Mayolo era comunista, mientras que él se sentía un “hippie anarquista” que renegaba de los partidos políticos, ambos concibieron trabajos como Cali: de película (1973), Asunción (1975) y la hoy muy influyente y estudiada Agarrando pueblo (1978), un falso documental que satirizaba la mirada dogmática, miserabilista y deshonesta de varios cineastas latinoamericanos que apelaban a la pornomiseria para conseguir apoyo europeo.

Ospina también cuenta los orígenes del Grupo de Cali o Caliwood, que comenzó en 1971 como una comuna hippie, un ámbito para el cine under y el cineclubismo para luego hablar de la figura de Andrés Caicedo, quien ya antes de los 20 años había dirigido varias obras de teatro, era un brillante escritor de ficción y crítico de cine con quien fundó la revista Ojo al Cine, pero cuya vida se extinguió demasiado pronto: el 4 de marzo de 1977, el día que se publicó su primera novela ¡Que viva la música! (uno de los relatos que mejor reflejó el espíritu de época desde una perspectiva juvenil), se quitó la vida: tenía apenas 25 años y nacía el mito, la leyenda.

Si bien muchas de estas anécdotas, vivencias y reflexiones ya aparecían en la extraordinaria Todo comenzó por el fin, Ospina Cali Colombia le agrega nuevas capas y matices a partir del relato en primera persona (del singular y del plural) del propio Ospina, quien aborda sin tapujos el tema del cáncer (que enfrentó con notable hidalguía) y la muerte.

Su amistad con Raúl Ruiz, su relación con el grupo de Fassbinder, el fracaso de casi todo su cine de ficción (Pura sangre, incursión en la clase B, se convertiría con el tiempo en película de culto), la euforia de la cocaína y la destrucción de Cali por el narcotráfico que lo llevan a abandonar la ciudad, su prolífica carrera como documentalista con el advenimiento de las cámaras portátiles de video, su lugar de outsider, su mirada desencantada, pesimista de la sociedad contemporánea marcada por la posverdad y el auge de las nuevas (ultra)derechas y sus siempre apasionantes análisis (“en el documental siempre hay puesta en escena, siempre hay un punto de vista, siempre hay una reinterpretación de la realidad”) y sus trabajos con el falso documental, desde Agarrando pueblo hasta Un tigre de papel, son solo algunos de los temas que se recorren en los apasionantes 81 minutos de la charla con Jorge de Carvalho. Está claro que Ospina Cali Colombia no agrega demasiado a nivel formal, pero para quienes seguimos de cerca la vida y la obra de su protagonista resulta un trabajo insoslayable.



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