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Especial Lucrecia Martel en MUBI: Críticas de “La ciénaga” y “La niña santa”

El servicio de streaming MUBI sumó a su oferta los dos primeros largometrajes de la brillante directora salteña: La ciénaga (2001), premiada en la Berlinale; y La niña santa (2004), que participó en la Competencia Oficial del Festival de Cannes. Además de las críticas de ambos films que fueron publicadas en el momento de su estreno comercial, incluimos en este especial la reseña de Terminal Norte (2021), mediometraje de Lucrecia Martel también disponible en la misma plataforma.

Estreno 26/08/2023
Publicada el 27/08/2023




La ciénaga
 (Argentina-España-Francia/2001). Guión y dirección: Lucrecia Martel. Con Mercedes Morán, Graciela Borges Martín Adjemian, Daniel Valenzuela, Juan Cruz Bordeu, Diego Baenas, Leonora Balcarce, Silvia Bayle, Sofía Bertolotto y Andrea López. Fotografía: Hugo Colace. Edición: Santiago Ricci. Dirección de arte: Cristina Nigro. Producción de Lita Stantic y Cuatro Cabezas presentada por Líder Films. Duración: 103 minutos. Para mayores de 13 años. Disponible en MUBI.


El cine contemporáneo propone una inmensa mayoría de películas convencionales -muchas de ellas efectivas y a la vez condescendientes con el espectador- y, muy de vez en cuando, obras de autores que apuestan a la construcción de complejos universos propios y que al mismo tiempo exigen una participación activa del público. La ciénaga es un ejemplo contundente de este minoritario segundo grupo.

En este primer largometraje de la joven Lucrecia Martel -premiado en la competencia del reciente Festival de Berlín- el público no encontrará ninguno de los elementos que distinguen a casi todo el cine contemporáneo: no está inscripto en un género determinado; no tiene una estructura formal de introducción, nudo y desenlace; ni ofrece una trama matizada por picos dramáticos, descansos y un cierre didáctico y tranquilizador.

La ciénaga es una película que no explica (sugiere), que no está hecha de grandes conflictos, sino de pequeñas observaciones. Lucrecia Martel propone una nueva mirada femenina que conjuga sutileza, sensibilidad y una singular ductilidad para manejar las distintas aristas dramáticas, visuales e interpretativas de su obra coral.

En este verdadero collage audiovisual donde se confunden e interactúan múltiples voces humanas, un inagotable abanico de colores, los sobrecogedores ruidos propios de los animales y de la naturaleza en estado salvaje (como, por ejemplo, la inminencia de una tormenta de verano en una selva tropical), y -por qué no- hasta olores y sabores, aparecen Tali (Mercedes Morán) y Mecha (Graciela Borges), cabezas de dos familias numerosas de la decadente clase media salteña.

En el mundo de Martel conviven (no siempre de manera armoniosa) mujeres marchitadas por la edad, las frustraciones o el alcohol, algunos hombres tan patéticos como sumisos y otros que resultan posesivos hasta lo represivo, adolescentes que intentan dominar su despertar sexual, niños que experimentan sus pequeñas travesuras cotidianas.

En La ciénaga hay una fuerte carga de violencia (la sangre es un elemento omnipresente) y una exaltación del poder de la naturaleza que la emparienta con el cine de John Huston o con un film temáticamente muy disímil como Deliverance: la violencia está entre nosotros, de John Boorman.

Martel apuesta a un erotismo latente, casi voyeurístico, a una suerte de promiscuidad que es articulada con una bienvenida dosis de pudor y austeridad; describe la fuerte religiosidad y la tradicionalidad de los salteños; y propone también una lúcida mirada a la convivencia forzada (que bordea la confrontación) entre las distintas clases sociales y etnias, pero sin caer jamás en el didactismo ni en la bajada de línea.

La directora de Rey muerto -un corto que puede verse como un prenuncio de todo lo que ahora explota en La ciénaga- consigue además varias actuaciones prodigiosas, llenas de matices, tanto de intérpretes experimentados y "técnicos" como Borges y especialmente Morán, como de actores no profesionales e instintivos como Andrea López y Sofía Bertolotto, verdaderas revelaciones en sus papeles de Isabel y Momi, respectivamente.

En esta indagación familiar, que es al mismo tiempo descarnada, íntima, despiadada, profunda y pesimista, un gran mérito corresponde al equipo franco-argentino de sonido y al fotógrafo Hugo Colace, capaz de traducir en imágenes tanto el fuerte sesgo de veracidad documental como la metafórica carga de este film que escarba debajo de una superficie de normalidad que sólo puede ser aparente y efímera.

(Esta crítica fue publicada originalmente en el diario La Nación del 12 de abril de 2001)




La niña santa (Argentina-España-Italia/2004). Guión y dirección: Lucrecia Martel. Con Mercedes Morán, Carlos Belloso, Alejandro Urdapilleta, María Alché, Julieta Zylberberg, Mía Maestro, Mónica Villa, Marta Lubos, Alejo Mango y Arturo Goetz. Fotografía: Félix Monti. Música: Andrés Gerzenzon. Sonido: Marcos de Aguirre, David Miranda y Guido Berenblum. Edición: Santiago Ricci. Dirección de arte: Graciela Oderigo. Dirección de producción: Matías Mosteirín. Producción de Lita Stantic (Argentina), Pedro y Agustín Almodóvar (El Deseo, España), Senso y R&C Produzione (Italia), presentada por Alfa Films. Duración: 106 minutos. Para mayores de 13 años con reservas. Disponible en MUBI.

Muy pocos cineastas en el mundo alcanzan a transmitir la diversidad de sensaciones, a desvelar las contradicciones e intimidades más profundas y secretas de sus personajes, a amplificar la riqueza de un detalle en apariencia insignificante o de un sonido fugaz, a extraer el erotismo que hay en el cruce fortuito entre dos miradas o en el roce casi imperceptible entre dos cuerpos, como lo hace -con extrema sensibilidad, talento y naturalidad- esa notable directora que es Lucrecia Martel.

Un puñado de cortos (entre ellos, el aclamado Rey muerto) y dos largometrajes como La ciénaga (premiado en la Berlinale) y La niña santa (seleccionado para competir en el Festival de Cannes) le han bastado a esta guionista y directora salteña de 37 años para construir un universo con temas, personajes, mirada, estética y códigos tan propios como reconocibles: en este sentido, basta sólo uno de sus exquisitos planos para identificar el inconfundible, provocativo e inquietante mundo marteliano.

En La niña santa, la realizadora vuelve al relato coral, pero esta vez con un decadente hotel como marco. En las amplias habitaciones, los pasillos, los salones y la pileta de aguas termales conviven su dueña Helena (Mercedes Morán), su hermano Freddy (Alejandro Urdapilleta), su hija Amalia (María Alché) y los empleados, con los participantes de un congreso de otorrinolaringología; entre ellos el doctor Jano (Carlos Belloso), un hombre casado que empieza a fascinar y a fascinarse tanto por la madre como por la hija. La directora mixtura en este mundo cerrado del hotel el despertar sexual, la curiosidad insaciable y el llamado místico de las adolescentes (Amalia y su amiga Josefina) con el patetismo y los excesos varios de los médicos que asisten a los seminarios para construir un relato pletórico de tensión erótica, que le sirve para reflexionar sobre la forma en que la seducción y la represión, los celos y el morbo, lo lúdico y lo macabro se combinan para terminar de explotar de la peor manera.

La precisión de Martel para la puesta en escena, para buscar en cada gesto de sus actores el sentido y la convicción que ella requiere, son síntomas de la temprana madurez de una directora convencida y consustanciada con el poder de encantamiento y la fuerza dramática de su cine. La promiscuidad, la confusión de la pubertad, la vocación religiosa, la intimidad entre amigos y familiares o la complicidad entre madre e hija son otros temas que recorren el imaginativo y climático universo de La niña santa, una película de estructura más convencional y accesible, con mayor construcción del suspenso, más calculada y diseñada que La ciénaga.

El talento del veterano fotógrafo Félix "Chango" Monti, del equipo de sonido y de la directora de arte Graciela Oderigo no hacen otra cosa que potenciar la inagotable imaginación y el enorme sentido visual (no hay diálogos subrayados que tapen baches narrativos) de Martel. En uno de sus mejores trabajos en la pantalla grande, la bella madurez y sensualidad de Mercedes Morán resulta el principal sostén dentro un elenco muy sólido, en el que se destacan también las adolescentes María Alché y Julieta Zylberberg. Un trabajo en equipo conducido por una mente brillante, una rara avis del cine argentino capaz de dotar a cada imagen de una carga sugestiva y de una intensidad infrecuentes.

(Esta crítica fue publicada originalmente en el diario La Nación del 6 de mayo de 2004)


Más información:

También está disponible en MUBI el mediometraje Terminal Norte, de Lucrecia Martel (aquí nuestra crítica)



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COMENTARIOS

  • 29/09/2023 7:27

    El CIENO, según el diccionario es un 'lodo blando que se deposita en el fondo de lugares donde hay agua acumulada o en sitios bajos y húmedos' y la CIÉNAGA es 'un terreno pantanoso, lleno de cieno'. Para los salteños La Ciénaga es una localidad ubicada en las afueras de la capital (departamento de San Lorenzo) con casi 800 habitantes (año 2001) y con fincas pertenecientes a la clase media alta y alta El año 2001 marcó el debut de Lucrecia Martel con LA CIÉNAGA, que describe la vida de dos familias de clase media en decadencia y lo que pasa en el encuentro entre ambas en una finca. MARTEL, con un país incendiándose, hace un cine experimental donde por momentos parece un documental sobre los habitantes de la zona, haciendo una mezcla de nativos y un elenco de profesionales, destacándose por el interés y la curiosidad que despierta en el espectador una historia donde todo está por estallar pero realmente no pasa nada, de manera que la vida transcurre sin grandes sobresaltos y la muerte es apenas una anécdota. En LA CIÉNAGA los diálogos giran alrededor de lugares comunes y sirven para dar cuenta de la descomposición de las familias de MECHA y TALI las dos amigas protagonistas que componen Graciela BORGES y Mercedes MORÁN. En más de una ocasión las miradas y los silencios expresan más que las palabras para dar cuenta de las tensiones acumuladas y, en el caso de la juventud y la niñez las imágenes de los juegos son importantes en el desarrollo de la historia. Así se termina mostrando cómo la crisis general impacta en el núcleo familiar desde una mirada femenina de lo que pasa en ?un país donde nunca pasa nada? Película sobrevalorada por un sector de la crítica que la considera la mejor película de todos los tiempos, a la distancia, sigue siendo una buena película de una directora talentosa (7/10)

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