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Crítica de “Duna” (“Dune”), de Denis Villeneuve, con Timothée Chalamet (Sección Oficial - Fuera de Competencia) - #Venecia2021
Por Víctor Esquirol, desde Venecia
Era una de las películas más esperadas de los últimos tiempos por el prestigio de su director, por el megapresupuesto, por la amplitud del elenco galáctico (Timothée Chalamet, Rebecca Ferguson, Oscar Isaac, Josh Brolin, Stellan Skarsgård, Dave Bautista, Zendaya, Charlotte Rampling, Jason Momoa, Javier Bardem y siguen las firmas), pero sobre todo porque la obra homónima de culto de Frank Herbert tiene millones de fans y ha seducido (y complicado) a otros cineastas como Alejandro Jodorowsky y David Lynch. El resultado, sin ser del todo decepcionante (el esplendor visual es innegable), abre unos cuantos interrogantes respecto del futuro de lo que está planteado como una saga.
Duna (Dune, Estados Unidos-Hungría, Jordania, Emiratos Arabes Unidos, Noruega, Canadá/2021). Dirección: Denis Villeneuve. Elenco: Timothée Chalamet, Rebecca Ferguson, Oscar Isaac, Josh Brolin, Stellan Skarsgård, Dave Bautista, Sharon Duncan Brewster, Stephen McKinley Henderson, Zendaya, Chang Chen, David Dastmalchian, Charlotte Rampling, Jason Momoa y Javier Bardem. Guion: Jon Spaihts, Denis Villeneuve y Eric Roth, basado en la novela homónima de Frank Herbert. Fotografía: Greig Fraser Diseño de producción: Patrice Vermette. Música: Hans Zimmer. Duración: 155 minutos.
Esta historia es una especie de círculo que, por supuesto, empieza y termina en el mismo punto. Primero estamos en Venecia, en 2016, año de presentación en el Lido de La llegada / Arrival, arriesgada pero a la postre híper-aclamada incursión de Denis Villeneuve en los terrenos de la fantasía y la ciencia-ficción. Pues bien, resulta que en aquella edición de la Mostra, un periodista le pregunta al director canadiense sobre su relación con el cine y la literatura de género, a lo que él responde que por todo esto él siente un fuerte amor que nació, atención, con la lectura compulsiva de la obra de Frank Herbert. Allí es cuando declara públicamente, y por primera vez, que lleva tiempo soñando dirigir su propia adaptación de Duna.
4+1 años después, estamos en el mismo sitio, en el mismo festival, dando fe de que Villeneuve es uno de esos pocos, poquísimos afortunados. Un elegido, se podría decir, que a base de aciertos (sobre el papel nada fáciles de concretar) ha conquistado el favor de una industria que, según cuentan, ha puesto todos los medios a su disposición. ¿Para qué, exactamente? Pues ni más ni menos que para salir vivo de ese desierto que en su momento engulló a Alejandro Jodorowsky y que dejó malherido a David Lynch.
Las dunas como mar de dudas; como trampa mortal a base de unas arenas movedizas que pueden hacer desaparecer a quienes las pisan, sin dejar el más mínimo indicio de que alguna vez estuvieran allí. Los sabe el pueblo de los Fremen, y también lo saben en la Casa Harkonnen y, a partir de ahora, también en el seno de la noble Casa Atreides. Su líder, el Duque Leto, ha recibido la orden directa del Emperador de instalarse en el planeta Arrakis y hacerse cargo de la fundamental recolecta de la “especia”, la sustancia más preciada del universo conocido, el combustible que alimenta a un imperio intergaláctico.
Pero sucede, como con otras misiones, que hasta que no se llega al puesto de trabajo, no se descubre la verdadera naturaleza venenosa del encargo. En ocasiones, el paralelismo entre la trágica figura del patriarca del clan Atreides y el propio Denis Villeneuve, es flagrante. Al fin y al cabo, tanto uno como el otro deben responder, en última instancia, a los intereses superiores de una industria siempre sedienta, tan empeñada en el crecimiento infinito, que se entrega a la destructiva empresa de intentar hacer crecer, ad eternum, unos ingresos sin los cuales todo esto se colapsaría en cuestión de segundos. Y buena suerte con la pandemia mundial y, por supuesto, buena suerte con las inclemencias del desierto.
Antes siquiera de que la pantalla nos muestre el logo de la major que corre con el riesgo de la inversión, la película asesta el que seguramente sea su único verdadero golpe de genio. Un sonido que no llega a voz inteligible, nos transmite un mensaje que necesita ser traducido con la ayuda de los subtítulos: “Los sueños son mensaje de las profundidades”. Pero, como decía, inmediatamente después se ve el sello de Warner Bros., y entonces se asesta el primer golpe. Esto no es Duna, sino más bien Duna, Parte 1.
El equipo de la producción se apresura a explicar el movimiento. Resulta que el mundo creado por Frank Herbert es tan complejo, implica a tantos personajes, tiene tantas líneas argumentales y aborda tantas temáticas, que si de verdad quiere respetarse la esencia de la creación, esta debe dividirse. El objetivo, juran, es ganar tiempo. Solo que claro, venimos de El Hobbit, y de Harry Potter, y de Los juegos del hambre… de esos casos, todavía recientes, en los que las malas artes del gran capital intentaron duplicar los datos de recaudación, esa especia de la que nunca hay suficiente.
Ahí está el problema, en que para jugar con las reglas del ahora tan afortunado relato episódico, deben darse argumentos para volver a pasar por taquilla, para seguir así disfrutando de los siguientes episodios. Y por mucho que Duna, Parte 1 sea una space opera que a la hora de levantar el telón no le tiemblan las piernas ante las gigantescas expectativas que ella misma ha creado, no menos cierto es que al final de la función quedan pocos motivos para atraernos hacia los siguientes capítulos que están por llegar.
Y llegarán, se supone, si las cuentas cuadran. En tiempos de crisis mundial y de fuertes incertidumbres en los modelos de consumo cinematográfico la industria se repliega sobre sí misma y apuesta por lo de siempre. Es el conservadurismo y la cobardía del dinero: la táctica es no arriesgar, no fallar. Y efectivamente, Duna, Parte 1 no tropieza… ni destaca por nada en especial. Suficiente, al menos por ahora, para que la Warner pueda decir que acaba de poner los fundamentos para su propia Star Wars, Lo que pasa es que Duna, lo sabía Jodorowsky, es un material que debe marcar el camino a seguir, y que a lo mejor no tendría que ir a rebufo de los demás.
Por todo esto, la experiencia debería servir por lo menos para abrir un debate sobre la conveniencia de seguir abonado a la fórmula del “too-big-to-fail” (el “demasiado grande para fracasar”), ese tótem al que cine y videojuegos adoran para encontrar otro filón de oro (y otro, y otro…). Y es que sobre el papel, Duna, Parte 1 lo tiene todo para dar la razón a las voces que la han querido describir como el proyecto fílmico más ambicioso de los últimos años. Un reparto actoral increíble, un equipo técnico y artístico de primerísima línea, una línea de crédito y una red de contactos ideales para dar respuesta a las necesidades de un director dotado, en racha y que, además, debería estar jugando en casa.
Pero no, al final no. Las promesa de ahondar en el espíritu de los libros se resuelve siempre con pinceladas vistosas, pero a fin de cuentas poco sentidas. Paradójicamente, parece que no hay tiempo para detenerse en los detalles; para dotar al contexto de verdadera alma. La narración, permanentemente enfrascada en saltos inter-planetarios, contempla los posibles momentos de pausa como un mal a evitar: así no se puede conectar con unos personajes cuyo carisma radica exclusivamente en el -espectacular- actor que lo encarna, y no en su escritura.
Tampoco se puede ahondar en ninguno de los grandes temas tratados, si acaso dar con un puñado de apuntes (poco más) cuyo valor se debe más a la escritura profética de Frank Herbert y no tanto a la interpretación de Denis Villeneuve. Del mismo modo, la (re)construcción de planetas y escenarios increíbles luce más en las ilustraciones conceptuales que se han usado a modo de promoción y no tanto en una película incapaz de hermanar todo esto de forma orgánica. Hay, en definitiva, más dudas incómodas que soluciones realmente convincentes. Un balance que a lo mejor da para llegar a la línea de meta de la primera etapa, pero que ofrece pocas esperanzas de cara a afrontar la(s) siguiente(s).
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