Críticas
Streaming
Crítica de “Un juego de caballeros” (“The English Game”), serie de Julian Fellowes (Netflix)
El creador de Downton Abbey y guionista de Gosford Park incursiona en el gigante del streaming con esta atractiva reconstrucción de los inicios del fútbol que conecta por momentos con el cine de Ken Loach.
Un juego de caballeros (The English Game, Reino Unido/2020). Creadores: Julian Fellowes, Tony Charles y Oliver Cotton. Dirección: Tim Fywell y Birgitte Staermose. Guion: Julian Fellowes, Richard Barber, Tony Charles, Gabbie Asher, Geoff Bussetil,, Sam Hoare, Tony Charles, Oliver Cotton y Ben Vanstone. Elenco: Edward Holcroft, Kevin Guthrie, Charlotte Hope, Joncie Elmore, Mark Fisher, Kerrie Hayes, Tina Louise Owens, John Alan Roberts, Jeff Slater, Sammy Hayman, Lara Peake, Kelly Price. Música: Harry Escott. Duración: 7 episodios de 45 minutos cada uno. Disponible en Netflix.
Allá por fines del siglo XIX, mucho antes de ser el deporte más popular del planeta y uno de los negocios más lucrativos, el fútbol era apenas un juego reservado para adinerados ingleses que, a su vez, habían moldeado las reglas de forma tal que vedaba el ingreso de las clases bajas a las principales competencias. Hasta que 1883 el Blackburn Rovers F.C cambió el curso de la historia al imponerse al Old Etonians en la F.A Cup, el torneo más antiguo del fútbol. La historia de cómo un grupo de obreros del norte de la isla venció a los aristócratas de Londres es el eje central de Un juego de caballeros, primera incursión en el universo del streaming del productor y guionista Julian Fellowes.
Tal como ocurría en Downton Abbey, el trabajo más reconocido de Fellowes, el asunto aquí pasa por explorar los conflictos y las divisiones de clases del pasado como una forma de entender el presente. Para eso recurre a dos personajes ubicados en veredas opuestas, cuyos caminos se intersectan una y otra vez durante los cuatro años que abarca el relato. De un lado está Lord Kinnaird (Edward Holcrof), hijo de un poderoso banquero londinense, jugador estrella del Old Etonians y dirigente del organismo a cargo de la F.A Cup, quien lentamente empezará a darse cuenta de que el fútbol es mucho más que un juego de once contra once.
Así lo entiende, por ejemplo, Fergus Suter (Kevin Guthrie), un humilde jugador que ingresó a una fábrica para integrar el equipo de obreros cuando el reglamento de entonces prohibía el pago a futbolistas. Pero con ese equipo ya eliminado, Suter hizo las valijas para ir al Blackburn, en lo que hasta hoy se considera uno de los primeros “pases” entre equipos. Lo hizo, desde ya, por dinero, enervando así el espíritu de los Etonians.
Fellowes se lleva igual de bien con los futbolistas embarrados que con los aristócratas eduardinos. La clave de esta operación es el manejo perfecto de la empatía, como si el showrunner supiera que para que una fábula deportiva funcione es necesario que nos pongamos en los zapatos (los botines) de sus protagonistas. Nos preocupamos por ellos, queremos que a sus familias les vaya bien y, desde ya, que ganen la copa. Para eso es fundamental la caracterización de Suter como un sujeto bondadoso, que entiende que el bienestar personal no funciona si no hay uno colectivo.
Pero también Kinnaird aporta lo suyo dejando de lado su rol de villano para encarnar la certeza de que el fútbol es mucho más que 22 tipos corriendo detrás de una pelota, en una parábola algo predecible aunque perfectamente aceitada en términos dramáticos: “Esa gente no tiene absolutamente nada y espera el sábado para ir a ver a su equipo”, dirá en un momento ante sus compañeros, todos ricos muy poco dispuestos a ceder en sus privilegios. Ese viaje interior, esa toma de conciencia social, convierte a Un juego de caballeros en una serie profundamente política aun cuando no lo parezca, una suerte de remedo liviano y emotivo del cine de Ken Loach.
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