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Entrevista a Federico Luis Tachella, director de “La siesta” (Competencia Oficial de Cortometrajes) - #Cannes2019

Además de Agustina San Martín con Monstruo Dios, el realizador de Vidrios y Mirko también participa de la sección principal con este corto ya premiado en el reciente BAFICI. En este diálogo con OtrosCines.com explica el proceso creativo y anticipa sus proyectos.

Publicada el 13/05/2019


-¿Cómo se gestó la idea de La siesta, cómo se involucraron cineastas como Martín Busel, Patricio Alvarez Casado y Armando Bo en la producción y cómo fue la colaboración artística con Rita Pauls, que es coprotagonista y coguionista?

-Este proyecto fracasó en la vida real, pero fue posible en la ficción. La siesta es el ejercicio de mirar de cerca cuerpos olvidados por el mundo, castigados por una organización normativa del deseo. Como registro viviente de ese límite, nos inspiró Graciela, abuela de Rita y protagonista de la película. Ella es una persona que habitó la seducción durante toda su vida y, al llegar a una edad mayor, la abandonó. Como respondiendo a una idea fantasmagórica de que su cuerpo es viejo y que los cuerpos viejos no tienen que mostrarse, verse ni tocarse. El deseo y la sensualidad parecieran ser propiedad exclusiva de la juventud o de la adultez. Los niños no pueden desear; y a los abuelos hay que necesariamente verlos tejiendo, cocinando, durmiendo o viendo la televisión.

Graciela se interesó en la idea de tener un encuentro con un acompañante. Pero cuando la propuesta empezó a materializarse, perdió el entusiasmo. Con Rita compartimos un diálogo telepático. Nos propusimos escribir esa historia y filmarla. Graciela misma lo podía actuar y la excusa del cine planteaba un nuevo escenario para la aventura. Armamos un equipo a la altura de la ternura y dedicación que el plan necesitaba. Cuando todo sonaba a nebulosa, Busel fue el primero que creyó en la viabilidad del proyecto. Y acompañó su crecimiento con una tenacidad deslumbrante.

A pesar de que el trabajo en equipo es imprescindible en el cine, el grado en que la colaboración tiñe hasta los tejidos más microscópicos de una película es un descubrimiento reciente para mí. La mitificación alrededor de la figura del director de algún modo olvida esa importancia del trabajo colectivo. Si bien creo que cada uno aporta desde un lugar muy distinto, todos los que compartieron su energía, su mirada y su cariño, moldearon definitivamente la película. La posibilidad de producirla con Patricio y Armando habilitó un diálogo muy particular entre la intimidad en toda su precariedad y una estructura cinematográfica sensible que le dio un salto cualitativo al proyecto. Cuando armo este relato y miro hacia atrás, lo que más me conmueve es cómo la ficción devolvió a Graciela al encuentro con lo extraordinario. Compartimos meriendas, conoció a todos nuestros amigos, salió de su casa, se animó a jugar y la dramaturgia del destino hizo que su debut en cine sea presentado en el Festival de Cannes.


-La relación entre una joven y su abuela podría dar lugar exclusivamente a una historia intimista, pero el corto tiene más allá de ese núcleo emotivo una impronta onírica, surrealista, por momentos fantástica y hasta erótica. ¿Cuáles fueron las principales ideas, búsquedas y desafíos en ese sentido?

-Antes de filmar, lo más difuso era cómo se iban a llevar esos dos reinos, que a veces parecen irreconciliables: el real y el fantástico. Mi sensación, hoy, es que justamente esa tensión es una de las cosas que más me gustan del cortometraje. Siento que la intimidad se vuelve más accesible a través de la fantasía.

La impunidad que habilita la imaginación permite pensar de vuelta cosas que ya están pensadas, codificadas, cristalizadas, compactas, clausuradas. Hay algo que me fascina del cine, que es la posibilidad de dar entidad real a un invento, usando los mismos materiales que usa la propia realidad para aparecerse: los espacios, los sonidos, los cuerpos, la iluminación.

Después de una de las proyecciones en el BAFICI nos preguntaron si el bar nudista quedaba en Capital Federal. Creo que la intimidad en la actuación tiñe de veracidad a la fantasía y que la libertad de la fantasía envuelve de intriga a la situación más mundana. En ese limbo entre el surrealismo y el documental, es donde más me interesa indagar.




-El corto ya fue premiado en el BAFICI, pero ahora da un salto más y es elegido para la principal competencia de cortos del festival más importante del mundo como Cannes. ¿Cómo fue la experiencia en el BAFICI y qué expectativas tenés para dentro de pocos días?

-La verdad, me costó un poco la premiere. Todos mis trabajos anteriores se estrenaron en el BAFICI y es un momento semi-apocalíptico porque sé que van a estar presentes amigues que respeto mucho y sobre todo, mi mamá y mi papá. A ellos no les cuento demasiado de los procesos, para que el efecto se produzca de una sola vez cuando estén en el cine.

Quizás lo más lindo de esta oportunidad fue que antes de la proyección nos reunimos en un bar de cowboys con todos los compañeros que presentaban cortometrajes. Como una delegación optimista de personas que se lanzan a filmar con sus amigues en una coyuntura crítica, caminamos en caravana hasta el cine y entramos masivamente. La sala estaba repleta. Incluso estaban ocupados los asientos de la primera fila. Después, el premio fue una caricia que cayó como una sorpresa, más aún porque fue compartido con Blue Boy, de un director que admiro, Manuel Abramovich.

Cuando me llamaron de Cannes era un sábado o domingo temprano, me acababa de despertar y entendí que me estaban ofreciendo un servicio de cable. Uno del que me llaman siempre. Cuando entendí, corté y me pareció extraño pero posible porque recordaba que lo habíamos mandado. Salí a pasear a mi perro, se lo conté a un amigo por teléfono y no me creyó.

En el festival tengo la expectativa de conocer gente a la que le gustan tanto las películas como a mi, contagiar y contagiarme de entusiasmo para pronto estar filmando de nuevo.


-Luego de Vidrios, Mirko y ahora La siesta vas conformando una obra elogiada dentro del cortometraje. ¿Cuáles son tus próximos proyectos? ¿Estás trabajando en algún proyecto más de corto o en pasar al largometraje?

-Tengo un proyecto de largometraje en una etapa avanzada de desarrollo. El escenario de la película es la cordillera de los Andes. Se trata de un drama fantástico que investiga la experiencia de ser adolescente en la montaña. Hace dos años conocí a un grupo de ocho chicos que inspiraron la película. Escribí un guión pensando en ellos como intérpretes, en poner en escena el grado absurdo de intimidad que hay entre ellos. Son las personas más adictas a la amistad que jamás conocí y tienen un funcionamiento colectivo que no parece de esta era. No es fácil elegir si les queda mejor el pasado de una tribu precolombina o el futuro de una sociedad superdesarrollada del año 4.000. Por ejemplo, me parece increíble el contraste entre el escenario de aislamiento que propone la montaña y el fandom por el animé japonés que se filtra en ellos a través de YouTube.

Tengo ganas de insistir con vínculos reales, en trabajar con relaciones que anteceden largamente a la circunstancia de una película. Me produce una curiosidad infinita descubrir qué de todo lo que pasó entre esas personas a lo largo de sus vidas, puede volver a aparecer frente a la cámara en una toma.

En Papet, los protagonistas son dos hermanos que van a la montaña con sus amigos y juegan tan al límite con la geografía que no se entiende si están divirtiéndose o invocando a la muerte.




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