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Crítica de “The Sisters Brothers”, de Jacques Audiard, con John C. Reilly, Joaquin Phoenix y Jake Gyllenhaal (Perlas) - #66SSIFF
El talentoso realizador de Mira a los hombres caer, Un héroe muy discreto, Lee mis labios, El latido de mi corazón, Un profeta, Metal y hueso y Dheepan incursiona en el western (y en inglés) con resultados formidables. Tras ganar el premio a Mejor Dirección en Venecia, presentó su nuevo film en el festival vasco.
La admiración de los franceses por el cine clásico estadounidense en general y por el western en particular viene desde hace muchas décadas, pero de todas maneras sorprende que un director y guionista como Jacques Audiard haya filmado una historia ambientada en plena Fiebre del Oro (la historia comienza en la Oregon de 1851 y tiene su clímax en San Francisco), aunque en verdad fue rodada en locaciones de Rumania y España.
A partir de la novela de 2011 escrita por el canadiense Patrick deWitt, Audiard (también coguionista junto a Thomas Bidegain) construye un western divertido y brutal, negro y existencialista, sórdido y tierno a la vez que en definitiva remite a esa época dorada del género de principios de los años '70 (Del mismo barro, The Hired Hand) más que al cine de los hermanos Coen o de Quentin Tarantino como en un principio parecía “dialogar”.
John C. Reilly (en uno de las mejores actuaciones de su carrera, lo que ya es mucho decir) es Eli y Joaquin Phoenix (muy convincente) interpreta a Charlie. Juntos son los “célebres” hermanos Sisters a los que alude el título, implacables pistoleros devenidos mitos vivientes, de esos que cumplen con cada uno de los encargos (como el que les hace el Comodoro que interpreta Rutger Hauer), dan golpes inesperados y resisten todo tipo de persecuciones y complots en su contra. Claro que estamos en pleno período de crisis y codicia de la Gold Rush, y en su camino se cruzarán el detective John Morris (Jake Gyllenhaal) y Hermann Kermit Warm (Riz Ahmed), un experto en química que asegura tener una fórmula que le permite descubrir pepitas de oro en el agua.
El impiadoso Charlie y el mucho más sensible Eli conforman una dupla digna de la mejor buddy-movie, aunque aquí estemos en el sangriento Oeste. La violencia es impactante, pero la película tiene una carnadura humana y una veta existencialista poco habituales en el género. La mayor parte del equipo técnico es francés (desde la música de Alexandre Desplat hasta la fotografía de Benoît Debie), pero el trabajo de los actores angloparlantes no se resiente en absoluto. El resultado es una tragicomedia llena de contrastes, matices, capas y con un desprejuicio y una audacia envidiables.
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