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El crítico como artista
En su nuevo libro, El sitio de Viena, el brillante crítico catalán Carlos Losilla ofrece una de las miradas más inspiradas, radicales, deslumbrantes y temerarias que se hayan leido en los últimos años.
Hace ya años que Losilla, nacido en 1960, practica un discurso crítico orientado a la canalización teórica de sus audaces intuiciones. A la manera de los críticos de Movie Mutations, Losilla ha desarrollado un estilo eléctrico y riguroso en el que la experiencia subjetiva (siempre escribe en primera persona) se infiltra en el territorio de las herencias, las corrientes y las filiaciones culturales, centro neurálgico de sus afirmaciones, hipótesis y sugerentes juegos de prestidigitación intelectual. De hecho, hay una frase del mismo Losilla en El sitio de Viena, un ensayo repleto de espejismos y vuelos metalingüísticos, en la que se define de forma sintética y precisa su concepción de la labor crítica: "Los artistas son entes de ficción, y los textos que se escriben a partir de ellos, novelas de la vida interior y relatos del conocimiento, autobiografías de quienes lo escriben".
Autobiografía, conocimiento, teoría, narrativa e historia. Cinco pilares esenciales para la forma de escritura que pone en práctica el crítico catalán. Pero, ¿y la jerarquía de dicha ecuación pentagonal? Eso ya es terreno inestable, movedizo. ¿Qué es vértice y qué es nodo en su estilo? ¿Qué sostiene la matriz y que circula libremente por los compartimentos conceptuales del discurso? Si en el caso de Andre Bazin parece que la experiencia siempre conduce a la teoría y en el caso de Jonathan Rosenbaum, por ejemplo, cualquier síntoma de la vida (la política, la moral, la cultura) reverbera y se clarifica en el cine, en el caso de Losilla la cuestión es más pantanosa. La dirección y el sentido en el que fluyen los razonamientos es más bien inestable (entre la ficción, el documento, la fábula y el ensayo) y finalmente la claridad de las demostraciones emerge de la opacidad de las teorías y las herramientas.
Dicho armazón estilístico forma la base del último trabajo de Losilla, una suerte de experimento a mayor escala de lo ya esbozado en el libro En busca de Ulrich Seidl, publicado en 2003 por el Festival Internacional de Cine de Gijón. Es decir, el abordaje a una figura fílmica, en este caso el director de M (1931), Fury (1936) y The Woman in the Window (1944), dejando a un lado todos los esquemas de la ortodoxia crítica y, sobre todo, editorial. De hecho, la publicación de este libro (sin una estructura por películas, periodos, rasgos distintivos, estilemas o temas recurrentes del cineasta) resulta sorprendente en una época en la que predominan y triunfan los diccionarios fílmicos, los libro-rankings históricos o genéricos (incluso Rosenbaum promocionó su Essential Cinema bajo el cebo de su canon particular) o los libros colectivos editados por festivales de cine. Centrado en la figura de Lang, con el referente geográfico y cultural de Viena, y bajo el trasfondo de la cultura humanista europea, Losilla organiza sus tesis en torno a una búsqueda, una persecución, la revelación de las diferentes caras del director de Moonfleet (1955): hombre contradictorio, personaje conflictivo, espejo de una era y una tradición. El resultado es un estallido conceptual que nada tiene que envidiar a la desintegración caleidoscópica de la figura de Bob Dylan en la reciente I’m Not There, de Todd Haynes.
El crítico busca al Fritz Lang conocido por sus tendencias aristocratizantes y, al mismo tiempo, por su actividad antifascista, persigue al cineasta europeo y al director norteamericano, rastrea su condición de autor emblemático del clasicismo y lo erige en su aniquilador, y descubre. En una de las líneas centrales de su estudio, Losilla afirma que "Lang es al llamado cine clásico lo que la leyenda de los nibelungos a la cultura centroeuropea: en él todo puede hallarse". El método que utiliza el crítico para alcanzar estas conclusiones claras y contundentes es digno de análisis. En un primer momento, cuando la reflexión se muestra de forma embrionaria, puede llegara a parecer que los argumentos simplemente se acumulan, pero luego, tras una lúcida invocación final de los factores, el resultado se forma con la magia y efervescencia de los gags de las grandes sitcoms modernas (échenle un vistazo a Curb Your Enthusiasm, de Larry David).
Sin embargo, en esta ocasión, el factor lúdico de la propuesta (su pulsión narrativa, sus inmersiones en la ficción) debe ocultarse tras un predominante y profundo tono elegíaco, como dice Losilla, una “melancolía segregada por el malestar de la cultura, por la decadencia de la civilización”. Eso sí, una melancolía que no deja de mirarse al espejo y advertir de sus peligros, ese abismo del fascismo que dio pie a los acontecimientos más funestos del siglo XX. De hecho, el malestar y la preocupación ante lo que se observa como una devaluación del humanismo en el mundo moderno (abordado, en ocasiones, a través de la fijación de la cultura germánica y el cine de Lang por lo demoníaco y los siniestro) termina ocupando el centro del discurso. Allí, entre los pliegues de la Historia y del arte, rompiendo los límites establecidos por la corrección política, se encuentran algunos de los pasajes más brillantes e inquietantes de la obra, fragmentos extraídos del libro Fritz Lang, del crítico austriaco Hans Feuerman, probablemente una invención del propio Losilla.
Optando por un subjetivismo nada acomodaticio, el trabajo de Losilla parece una respuesta escrita a las imágenes que en los 90 retrataron “la era de la sospecha”, un tiempo en el que el estatuto de la imagen como captura de lo real entra en crisis debido a su pleitesía respecto a intereses políticos y económicos. El cine entonces asimiló el carácter impenetrable de lo real y se pobló de ejercicios de simulacro (de Matrix o Sexto sentido). Losilla reinventa las formas del simulacro (el falso documental escrito) y reorienta su misión: combatir el olvido de la barbarie y reivindicar el poder del arte, también de la crítica, para dejar testimonio de un presente en crisis. De las imágenes de Los crímenes del doctor Mabuse (1960) llegamos a las fotografías de las cárceles de Abu Ghraib.
Losilla nos propone un vieja alucinante. De las películas de Lang al arte serializado de Warhol, del sonido unidimensional de Velvet Underground a los referentes centroeuropeos del pop-rock de los 70, de los retratos contorsionados de Egon Schiele a las disquisiciones sobre el sinsentido del lenguaje de Wittgenstein. Puede que en ocasiones los pasadizos abiertos por el autor entre distintas disciplinas, tiempos y autores formen piruetas difíciles de rastrear, aunque en cualquier caso ahí recae parte del interés y la radicalidad del texto. Las reflexiones, más que encadenarse, forman heridas en la narración, intersticios que deben de ser suturados por el lector. Interacción, discusión y reflexión. De nuevo el debate. ¿Cuál es el lugar de la crítica? ¿Cuál es el valor de sus dogmas y cuándo vale la pena derribarlos? ¿Cuál es el valor del interrogante si se quiere fomentar la reflexión? Representación de la representación. Aprender a pensar y a aprender. Lecciones de un buen crítico, Carlos Losilla.
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