Columnistas

Menos marketing, más cine

Por Raúl Camargo
Una preocupante tendencia se consolida: los programadores cada vez ven menos películas en salas y se convierten en lobbistas.

Publicada el 05/12/2018



Fue en 2008, año clave para el Festival de Valdivia ya que resultó ganadora Aquele querido mes de agosto, de Miguel Gomes, en el que significó el primer premio que el director portugués obtuvo con esa película. Fue hace ya 10 años cuando fue parte del jurado Adrian Martin, convirtiéndose en lo más cercano a la gran estrella de aquella edición, dando entrevistas, clases magistrales y presentando su libro Qué es el cine moderno, escrito especialmente para el FICValdivia.

Fue hace exactamente una década cuando -una vez terminado el festival y mientras todos preparaban sus maletas- me lo encontré entre los bastidores de nuestro certamen, en una pequeña oficina. Allí estaba Adrian Martin en una sala semi oscura que se había improvisado a su amable petición porque necesitaba ver unos cortometrajes experimentales de la programación que, debido a su labor como jurado de largometrajes, le había resultado imposible visionar en sala. Y para él era fundamental poder verlos. Y allí estaba, absorto, mirándolos. Y esa mirada era simplemente la de una persona que amaba el cine.

Trabajar programando un festival es, sin lugar a dudas, un privilegio. Y probablemente comparta el podio de mejor trabajo del mundo junto a viajero profesional y crítico gastronómico. Es probablemente el gran sueño de todo cinéfilo que se desvive por ver y ver películas, entrar en diálogo con ellas y con los demás, y compartirlas en una gran pantalla. Es una suerte de profesionalización de una actividad pasional, la formalización de ese amor por el cine. Pero, de un tiempo a esta parte, vengo sintiendo que dicha profesionalización ha comenzado a generar una carrera funcionaria en donde el cine está dejando de importar, y donde es central lo que ocurre fuera de la sala de cine, en almuerzos, cócteles y fiestas. Donde es más importante estar entre pares profesionales socializando que entre pares cinéfilos descubriendo películas; en cenas y encuentros oficiales que ocurren al mismo tiempo en que una ópera prima en estreno mundial con su equipo presente se da a conocer.

Esa sensación, incomoda por lo demás, se acentúa al ver cómo la cinefilia no está en crisis, sino que sigue siendo sostenida por personas que van de pantalla en pantalla, de lectura en lectura, manteniéndola viva, gracias a militantes del cine que, paradójicamente, no son aquellos profesionales a los cuales se les paga por dicha labor; es más, muchas veces son de recursos medios y bajos.

Y al contrastar eso con aquello, por supuesto que surgen preguntas:

-¿En qué momento ese hambre cinéfila de encontrar esa película por la cual darías la vida programándola dio paso a una suerte de vida satisfecha, esa vida funcionaria de viajar y viajar por el mundo con gastos pagos alejados de la sala de proyección? 

-¿O es quizás esa la fórmula que muchos encontraron para conjuntar los tres mejores trabajos del mundo en uno solo?

-¿En qué momento el ver películas en festivales pasó a ser una excepción e incluso un motivo de bromas entre pares que se supone trabajan justamente viendo películas?

-¿O el trabajo de un director y/o programador de festivales de cine es eminentemente diplomático más que artístico?

Se puede entender que, bajo las lógicas del famoso networking, cada vez más cineastas y productores cinematográficos estén alejados de las salas de los festivales buscando afuera de ellas la posibilidad del acuerdo de negocios que les permita hacer su película. Lo inentendible es que esa dinámica sea potenciada por aquellos que justamente deben velar porque lo más importante sea la experiencia en sala: directores y programadores del festivales. Porque esa experiencia colectiva en sala es lo constitutivo de un festival de cine. A su vez actualmente se está produciendo la paradoja de estar más pendientes del cine por venir que del cine ya realizado. Es casi como lo que sucede con el aborto y aquellos "defensores de la vida", preocupados de la gestación pero que, una vez nacidos los bebés, son dejados por esos mismos defensores a la deriva. Total ya nacieron. Total ya tienen su versión en Vimeo, alejados de aquella pantalla grande, esperando ser vistos dentro de una larga lista de deberes.

-¿Serán vistas todas esas películas?

-¿Serán vistas con ese destello en la mirada que vi en Adrian Martin hace 10 años, o más bien será un visionado en busca de descartarlas en vez de apropiarse de ellas?

Insisto: la cinefilia no está en crisis, pero me parece que si lo está aquel modelo de dirección/programación más preocupados de la agenda personal/institucional que de las películas en sí. Lobbistas hay por montones, lo que necesitamos son militantes del cine.

COMENTARIOS

  • 15/12/2018 15:07

    Diegote81: si de lobbistas se trata, Quintin está bien nombrado.

  • 11/12/2018 6:28

    Totalmente de acuerdo y triste realidad. Lamentablemente tiene mas futuro como programador un licenciado en marketing que un cinèfilo. Ni hablar los productores , quedan pocos que amen el cine y lean un guion entero de un proyecto. Hoy se armo toda una rosca alrededor del pitching,dossier, teaser, etc, ..Hay foros, seminarios y hasta cursos de eso...He visto proyectos en el cual el dossier era de 20 paginas y el guion de 45.Mucho humo!!!.Por eso después se ven grandes fiascos, donde básicamente el guion no existe. Mucha atmósfera, climas, economía de planos, etc. Llama la atención que algunos directores consagrados por su calidad y experiencia no saben filmar un dialogo..y te duelen los dientes cuando ves eso. Repito, si hoy casi no quedan programadores que vean películas , es muy bajo el porcentaje de productores que lean guiones...el lobby esta en todas partes..no se evalúan solo criterios cinematográficos para producir, pero finalmente son los que ponen el dinero( no todo ) y tienen el derecho de hacerlo..

  • 5/12/2018 13:07

    Impecable. Aplausos.

  • 4/12/2018 23:08

    Gran nota. La siento en sintonia con la de Quintin en A sala llena.

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