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Críticas de “Felicité”, de Alain Gomis; y “Wild Mouse”, de Josef Hader (Competencia Oficial)

El director senegalés Gomis presentó una dramática e intensa historia acerca de los problemas familiares de una cantante congolesa mientras que el actor austríaco Hader debutó en la dirección con una inquitante pero finalmente fallida comedia sobre un crítico musical despedido de su trabajo.

Publicada el 12/02/2017

-Félicité, de Alain Gomis (Francia / Senegal / Bélgica / Alemania)

La situación parece sacada de incontables películas de gángsters o, por entrar en un terreno algo más realista, de un film de los hermanos Dardenne. La nueva película de Gomis se centra, al menos en principio, en lo que sucede cuando una mujer, cantante de una banda musical del Congo, recibe la noticia de que su hijo ha tenido un preocupante accidente de moto y necesita dinero para pagar la operación. Como podrán imaginarse, los hospitales de Kinshasa hacen parecer a los argentinos como si fueran de Copenhague, por lo cual no será muy sencillo para la algo árida, poco simpática, muy tensa pero excelente cantante conseguir el dinero que necesita para que operen a su hijo de la pierna que quedó muy lastimada.

Felicité es una gran cantante (aquí los temas los hace con la verdadera Kasai All Stars), pero a la vez es una mujer un tanto seca, amarga y desconfiada con quienes la rodean. Está separada, pero un vecino un tanto alcohólico y bonachón se ofrece a arreglarle la heladera como para poder estar cerca de ella. Sin embargo, Felicité sigue en la suya. Hasta que, claro, el accidente de su hijo cambia todo y la obliga a recorrer imposibles lugares de la ciudad y personas que no ve hace años (parientes, ex maridos, vecinos, compañeros de banda, lo que sea) para reunir el dinero que necesita para curar la pierna de su adolescente hijo.

Durante más de una hora la película de Gomis avanza como una versión congolesa de una película de los Dardenne, a la que le suma excelentes números musicales de la protagonista y la banda que dan a la película un aura muy especial. Felicité no es necesariamente simpática ni amable pero está necesitada y dispuesta a hacer lo que sea para salvar a su hijo, por más que este siga sin tener mucha idea de lo que pasa o de lo que quiere. Promediando el film la situación con el hijo pegará un giro que no adelantaremos y allí, durante un buen rato, la película no parecerá encontrar el rumbo y se resiente dramáticamente. Recién más cerca del final Gomis volverá a la incipiente y potencial relación entre Felicité y su “arreglador de heladeras” para explorar la personalidad de la protagonista, más allá de lo que representa e implica para ella la relación con su enigmático hijo.

Gomis aprovecha la historia de Felicité para hacer una pintura de la densa situación socioeconómica de Kinshasa, especialmente la de sus barrios más humildes y necesitados en los que hay que hacer lo que sea –coimear, robar, engañar– para solucionar cualquier dificultad. Y no solo sanitaria. La anécdota, pequeña pero reveladora, de la reparación de la heladera, deja en claro que allí todo lo que puede ser sencillo será tan enrevesado como complicado de resolver, tanto por inoperancia como por burocracia o, simplemente, mala fe.

La cantante y actriz Véro Tshanda Beya protagoniza el film y sus apariciones musicales no solo son extraordinarias sino que reflejan claramente los estados de ánimo que atraviesa su personaje. La curiosa relación que va estableciendo con el simpático pero tan alcohólico como por momentos impresentable Tabú es otro de los ejes centrales de la película, uno que sobre el final cobrará una inesperada fuerza y le dará al film una serie de significados y lecturas que exceden la del simple “sacrificio de una madre”. Algunas escenas oníricas y una orquesta de música clásica que “actúa” a modo de coro temático no funcionan del todo bien en el contexto de la película pero no dañan su objetivo central. Felicité cuenta –como de algún modo lo dice su título– la búsqueda de la felicidad de parte de una protagonista que ni siquiera se propone eso como un objetivo. Pero, curiosa e inesperadamente, la necesidad de sobrevivir a las penurias del día a día pueden terminar acercándola a algo que un poco se parece a esa en apariencia lejanísima felicidad.





-Wilde Maus (Wild Mouse), de Josef Hader (Austria)

Es tan pero tan promisorio el punto de partida de esta película del actor y director “mundialmente conocido en Austria” (frase genial que le robé a una colega alemana) Hader, que es una verdadera lástima que la inteligencia de sus primeras escenas y hasta de su primera media hora no se sostengan en el tiempo.

Hader, en su opera prima como director, encarna a un veterano crítico de música clásica de un serio diario de Viena, un tipo muy culto pero algo pedante, que es despedido de un día para el otro de allí. Esa situación (muy habitual hoy en el que los medios gráficos grandes están dejando de lado los editores y críticos culturales históricos) quiebra por completo a Georg (Hader), quien decide no contarle a su esposa psicóloga que ha sido echado del trabajo y que fue reemplazado por una joven que entiende muy poco de música clásica.

Esa idea de no revelar la verdad lleva al film a entrar en el terreno de la farsa, farsa que aporta momentos cómicos y algunos muy elocuentes pero que desaprovecha las oportunidades dramáticas de la trama y opta por un modo más abierto y, si se quiere, comercial de tratar ese tema. Georg no habla del despido con nadie y, para cubrirse, empieza a mentirle a su mujer y a salir de día y de noche de su casa, tanto para atosigar al jefe que lo echó como para unirse a un viejo conocido en un plan de poner a punto una vieja montaña rusa en un parque de diversiones, alienando cada vez más a su esposa. Ella, que quiere quedar embarazada a los cuarenta y pico, empieza a sentir en carne propia esos extraños comportamientos de su cada vez más patético marido y toma decisiones por su cuenta… también un tanto inesperadas, si bien no tan ridículas como las de Georg.

La película tiene algunos muy buenos momentos, pero el problema es que se sostiene de principio a fin en función de un recurso –el hecho de que él no admite haber sido echado y asegura seguir yendo todos los días a trabajar a la redacción– que en cierto momento del relato, cuando la pareja entra en una crisis terminal por los distintos caminos que cada uno toma, se vuelve un poco absurda de sostener. Habrá otros personajes (un buscavidas, una inmigrante rumana que no habla alemán, el ex jefe un tanto pedante, un paciente de la mujer de Georg, un muy joven vecino) que se irán sumando a las desventuras de la pareja. Pero más allá que las idas y vueltas de la trama generen algunos momentos genuinamente graciosos llega un punto en el que el ridículo le gana a toda la apuesta más o menos realista que tiene el film y entramos en un terreno en exceso pantanoso. Un terreno muy de comedia pura y dura que la película no logra sostener del todo desde la risa y menos desde la verdad emocional.

La desaparición de las secciones culturales de ls grandes medios de comunicación es un gran tema parra explorar en el cine. Y no está nada mal que se haga en un film que busca ser popular entre los espectadores (a menos los austríacos), pero el problema que la acumulación de situaciones absurdas hace que, promediando la película, el eje temático se pierda por completo y ya Wild Mouse sea la historia de un idiota revanchista y frustrado que no sabe qué hacer con su vida y sus malos entendidos con la psicóloga menos perspicaz del mundo. Una pena, porque el tema da para ser analizado en profundidad. Con humor, claro, pero un tanto más cerca del mundo real.


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