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Crítica de La noche, de Edgardo Castro (Competencia Internacional)
La película del escándalo, de la provocación, de la polémica en esta 18ª edición del festival.
Son cada vez más esporádicas, pero cada tanto -casi siempre en estas fechas y en la zona de Recoleta: puntazo para el BAFICI- aparecen. Se tratan de películas que, antes que buenas o malas, son importantes. Por su capacidad para incomodar física, mental y moralmente al espectador sin nunca golpearlo por debajo del cinturón, para captar con atención audifónica los sonidos particularísimos que apuñalan el silencio nocturno, para empujar hasta la estratósfera los límites de lo mostrable con una firmeza y seguridad apabullantes, para detenerse en los detalles minúsculos hasta transformarlos en gestos de soledad y desesperación, para regalar uno de los finales más luminosos que se recuerden, por su capacidad para todo eso y más, La noche es importante. Y mucho.
Si es cierto aquello que las generaciones duran 25 años y que, por lo tanto, al Nuevo Cine Argentino (NCA) le queda poco tiempo –si es que le queda-, el Nuevo Nuevo Cine Argentino sería aquel que ancle sus raíces en películas como El estudiante, Cuerpo de letra, Mauro o las de José Celestino Campusano pre-El Perro Molina (¿La noche es el vacío al que Campusano debería haber saltado después de Fantasmas de la ruta?). Esto es; films que no sólo esfuman aún más la línea que separa la ficción de lo real, sino que optan por una retroalimentación que potencia ambas vertientes por igual.
La noche elige el camino de las anteriores enclavándose en un tiempo y espacio concretos, casi despojada de recursos técnicos, munida únicamente por, en este caso, una cámara y un micrófono siempre dispuestos a pegársele al cuerpo del protagonista (el también guionista y director Edgardo Castro). Quizá el homosexual más solitario de la zona de Once y, por qué no, del mundo, palía sus penas embarcándose en trips nocturnos a veces de manera individual y otras acompañado por una amiga travesti que incluyen, en otras cosas, sexo grupal, drogas y alcohol, todo en dosis cosacas.
Castro filma casi enteramente en primeros planos cerrados y extensos, entendiéndose por “extensos” no su duración absoluta, sino relativa: el corte siempre parece venir después de cuando nueve de cada diez montajistas lo harían. En ese sentido, los resultados son impecables: en cada felación, en cada línea de cocaína aspirada, en cada segundo de charla sobre nimiedades en la previa al sexo, en cada regreso solo, siempre solo, a su casa, el protagonista aporta un elemento más a ese rompecabezas que es su complejísimo mundo interior.
Lúgubre, cruda y honesta visual pero sobre todo emocionalmente, La noche hace de su explicitud –aquí debe haber más sexo que en las otras 399 películas de este BAFICI juntas– un elemento dramático fundacional del relato, diferenciándose de la estilización y el regodeo formalista del cine de, por ejemplo, Gaspar Noé. Por eso Castro acompaña sin enjuiciar, limitándose al acto de mirar y escuchar cómo el hombre se da una y otra vez contra las consecuencias de su soledad. A veces lo hace de cerca, pero otras elige alejarse, como si entendiera que la verdadera intimidad puede ser algo bien distinto a exhibir la anatomía. Y está bien: la última imagen lo dice todo.
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creo que si filmo las conversaciones que tengo cuando tomo merco con alguno de mis allegados, o las fechorias sexuales o exporadicas que brindan la noche, podria ser mas divertido, o aburrido, o tedioso, como lo fue esta pelicula. creo que el director agoto recursos. el sonido es malisimo. y el argumento trivial y forzado (aunque intente no serlo y conceptualizarlo como progre). creo que el director no tenia idea mas las ganas de tener sexo homosexual y drogarse. pero esto no es arte. nisiquiera vanguardista. la misma locura tiene sus reglas. lei que lo comparan con gaspar noe......de donde salieron? posta? el cine de gaspar tiene argumento, fotografia, camara, DIRECCION. por favor!!! una cosa es ser loco y otra un mediocre con medios para publicar.
Me gustó mucho la peli. Para nada me incomodó el sexo explicito, me incomodó mucho la soledad de los personajes y la casi ausencia de diálogos, creo que entendí el mensaje que quiso transmitir el director. Me conmovió el final, me quedo con el mensaje de que cuando se cree que ya todo está perdido, siempre hay atisbos de amor que ayudan a escapar un mínimo al menos.
Quizá movilizante para los que no viven esa vida. Pero como película es tan poco interesante, larga, monótona como si cualquiera de nosotros se filmara con malísimo audio y video durante varios días haciendo las trivialidades de su vida. Lo único que debo aceptar es que me divertí mucho ver a la gente espantada saliendo de la sala. Solo quedamos señores mayores que sabemos muy bien de esa vida.
Mientras veía esta pelicula imaginaba que si a alguien le gustara lo que estaba viendo debería argumentar de la manera que Boetti lo hace, excelentemente. A mi la pelicula me tomo mal parado -valga la expresión- desconocia la duración y no pude verla toda por un compromiso personal. Estaba incómodo y me la agarré con que era un poco reiterativa y alargada por demás. Un vecino de butaca bufaba y decia que si a la salida lo veía al director lo increparia a viva voz de por qué no la presentó como una peli directamente pornográfica. Asi las cosas y ahora que leí esta crítica, resignifiqué muchas cosas del film y siento bronca por no haber llegado a ese luminoso final. Me vino el recuerdo de un BAFICI anterior, todavia en el Abasto, en donde Diego Trerotola pontificaba a una treintena de jóvenes sobre la inclusión creciente del sexo explícito en el cine de autor, que esa sería la modalidad del futuro. En ese momento pensé que se estaba cavando la fosa -al poco tiempo fue separado como programador- pero ahora creo que no le faltaba razón.......por eso que la mirada de Boetti arroja lucidez sobre el valor de este film que seguramente será tan ametrallado como querido. .