Festivales
Dos críticas de La larga noche de Francisco Sanctis, de Andrea Testa y Francisco Márquez (Competencia Internacional)
Reseñas de esta ópera prima seleccionada también para la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes.
Reseña 1, por Diego Batlle
El cine argentino, sobre todo durante la primavera alfonsinista y en la reciente era kirchnerista, incursionó hasta el hartazgo en la violencia política de la década de 1970. Por eso, cada nueva aproximación a aquellos nefastos tiempos de la dictadura militar obliga a las mismas preguntas de siempre: ¿Para qué? ¿Hay algo nuevo que decir?
Las respuestas en el caso de esta ópera prima de Testa y Márquez son afirmativas porque esta transposición de la novela homónima de Humberto Costantini publicada en 1984 escapa del péndulo historia de militantes-historia de militares para concentrarse en una noche de furia (con algo del Después de hora scorseseano) de un representante de esa “mayoría silenciosa” y cultor del “no te metás”.
En efecto, los primeros minutos nos presentan a Francisco Sanctis (impecable trabajo de Diego Velázquez) como un tipo común y corriente, bastante gris por cierto, un padre de familia tipo que alguna vez coqueteó con ser poeta y hoy es un sumiso “empleado del mes” que recibe el agradecimiento de sus jefes, pero nunca consigue el ascenso prometido.
Una noche (la larga noche a la que alude el título) es contactado por una misteriosa mujer que aparentemente fue un viejo amor dos décadas atrás y que dice ser ahora la esposa de un oficial de la Aeronáutica. Ella tiene los nombres de unas personas que son perseguidas por los militares. “Los van a buscar”, le dice. El, que no tiene ningún tipo de compromiso ni interés político, deberá decidirse entre hacerse el boludo una vez más o empezar a deambular por la ciudad nocturna y semivacía para intentar salvar esas vidas. El uso irónico de la canción Yo quiero tener un millón de amigos, de Roberto Carlos, funciona a la perfección en ese contexto personal y social.
Entre bares y cines, Francisco -un tipo que no es enteramente patético ni tampoco una persona del todo noble- vivirá en carne propia el miedo, será un reflejo, un símbolo de la paranoia reinante. Ominosa y alucinatoria sin necesidad de cargar las tintas, se trata de una película de climas, de sensaciones, de estados de ánimo con una impecable puesta en escena, una lograda reconstrucción de época y una notable actuación de Velázquez como el típico antihéroe que está en el lugar equivocado en el momento justo.
Nuestra entrevista con los directores
Reseña 2, por Josefina Sartora
La Competencia Internacional siempre incluye films argentinos que lo merezcan. Es laudable la presencia de este largometraje, que también habrá de proyectarse en el próximo Festival de Cannes. Notable porque –si bien es lo más nuevo del nuevo cine argentino- ni se acerca a los clichés tan remanidos de joven-que-se niega-a-crecer, o adolescentes-en-la-nada, o niños-ricos-aburridos, y tantos más. Este film ¡se anima a lo político! Y, a pesar de estar dirigido por dos novísimos directores, muy jóvenes, nacidos después de la dictadura, reflejan el clima que vivimos en aquella época con un realismo y dramatismo estremecedores.
Basado en la novela homónima de Humberto Costantini -militante, compañero de Haroldo Conti- la película relata un día -y sobre todo una noche- de Francisco Sanctis, un mediocre empleado de empresa que sueña con un improbable ascenso y tiene una vida tranquila con su esposa docente y sus dos hijos. Francisco es uno de aquellos que en los años '70 se animó a la militancia -palabra que hoy la han cargado de oprobio, pero que entonces significaba luchar por un mundo mejor y más igualitario- y también tuvo sus escarceos con la literatura. Pero cuando llegó la hora de mayor compromiso, se “abrió”, como tantos otros, que eligieron esa vida oscura y prefirieron no enterarse de lo que estaba ocurriendo alrededor, incluso entre sus propios amigos. Pero el destino… es ineluctable. Le llega a Francisco en la persona de una amiga de aquel período, quien le entrega inopinadamente una información sobre personas que van a ser “chupadas” esa noche. Allí comienza el largo calvario de Francisco, que intentará de uno y otro modo sacarse la responsabilidad de encima, pasar la información, no hacerse cargo una vez más.
Hace tiempo que venimos admirando la calidad de los actores de la escena argentina. Diego Velázquez confirma una vez más su ductilidad, en este caso para encarnar ese burgués pequeño pequeño con aire chaplinesco, cuya máscara de miedo y tensión no lo abandona jamás; Valeria Lois está maravillosa en esos diez minutos como informante (no dejar de verla en estos días en la tablas con Esplendor, la obra de Santiago Loza, en el rol de Natalie Wood), y Laura Paredes y Marcelo Subiotto también excelentes en dos secundarios. Pero el centro de la escena está en Francisco, la cámara nunca lo abandona en su peregrinar por una Buenos Aires nocturna, barrial, portuaria y desértica, casi irreconocible, con una fotografía gloriosa, en cuadros cerrados, planos cortos o primeros planos cerrados, señales del encierro psicológico del protagonista.
Es destacable que en ningún momento se deja traslucir el origen literario del guión, que es de los propios directores. No hay aquí un narrador en off, no hay explicaciones innecesarias o redundantes, no hay militares ni coches con sirenas, tan solo lo que ve Francisco -gente que se esconde, o que huye- y en todo caso es el espectador –y sobre todo el que ha vivido esa época- quien conoce el contexto. Tampoco hay música, a excepción de la inclusión diegética de la canción -entonces tan popular- de Roberto Carlos, Yo quiero tener un millón de amigos, cuando Francisco decide asumir su destino.
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Excelentes textos de Josefina y Diego... Vi esta tarde La larga noche...y me costò ponerme a escribir sobre ella. Lo mismo me pasò en la proyecciòn. Notaba en el clima y las imàgenes una tensiòn, una crispaciòn que envolvia el relato. Un poco una tensiòn paranoica parecida a la historia del miedo generadas en aquel caso por sensaciones inconexas no explicitadas demasiado. En determinado momento sentì que me escapaba del relato con algún cabeceo, pero luego pronto comprendì qué me pasaba. Lamentablemente en el 77 tuve una situaciòn personal de una decisiòn similar a la que plantea la pelicula y que yo desconocìa porque no habia leìdo nada acerca de ella. Me resulta sorprendente que muchachos tan jòvenes, que obviamente no conocieron de primera mano las especiales situaciones de miedo y presiones, hayan conseguido cinematograficamente expresar convincentemente, el agobio del contexto, y las pulsiones morales que nos atormentaban a muchos, hoy casi olvidadas o poco inmaginadas por las nuevas generaciones. Coincido que el trabajo de Diego Velàzquez es de un valor incalculable para el rigor de esta obra, que junto con M de Nicolàs Prividera, son para mi, las expresiones mas cercanas a los verdaderos climas, texturas, ingenuidades y solidaridades de un momento històrico tan doloroso como inevitable.
Perfecta elección de las locaciones. Una Buenos Aires alucinante. Excelente película