Críticas
13 horas: Los soldados secretos de Bengasi, de Michael Bay
Vicios (muchos) y virtudes (algunas) del cine de Michael Bay
Aquí no hay robots, pero los soldados patriotas del nuevo film del director de Transformers por momentos lo parecen. Una propuesta bélica con todas las marcas ¿autorales? del popular y tantas veces cuestionado realizador.
13 horas: Los soldados secretos de Bengasi (13 Hours: The Secret Soldiers of Benghazi, Estados Unidos/2016). Dirección: Michael Bay. Elenco: James Badge Dale, John Krasinski, David Denman, Pablo Schreiber, Max Martini y Freddie Stroma. Guión: Chuck Hogan, basado en el libro de Mitchell Zuckoff. Fotografía: Dion Beebe. Música: Lorne Balfe. Duración: 144 minutos. Distribuidora: UIP (Paramount).
Las películas de Michael Bay son un género en sí mismas. Visual y sonoramente apabullantes, montadas inexorablemente de forma frenética aun cuando las situaciones en la pantalla no lo ameriten, burdamente patrioteras y unidimensionales, desde Bad Boys hasta la saga de Transformers el hombre siempre cuenta historias de hombres, mujeres o robots que salvan a los Estados Unidos. Y también al mundo, claro. Como era de esperarse, 13 horas: Los soldados secretos de Bengasi ofrece un poco más de lo mismo.
El film se sitúa en Libia en 2012, cuando la caída de Gadafi empuja al país a una guerra civil. En ese contexto el gobierno norteamericano monta una embajada y un puesto de la CIA en la ciudad del título para, claro está, favorecer la libertad de los lugareños. Pero hay muchas cosas que la Agencia no puede hacer por derecha, por lo que acude a los servicios de seis “soldados secretos” especialmente contratados para la ocasión y con los contornos emocionales habituales de los hombres de Bay: buenos, amantes de la familia y con un sentimiento de pertenencia al país del norte enorme. Quizá por eso sientan el ataque a su embajada como algo personal que los obliga a ir al rescate aun cuando reciban órdenes contrarias.
La acción es el centro de este extenso relato. O al menos debería serlo, ya que el problema es que los habituales fetiches formales del realizador confabulan contra el desarrollo: resulta muy difícil entender quién le dispara a quién, dónde transcurre la balacera, para qué lado se inclina la cancha. Recién sobre la última parte, cuando el film se traslade exclusivamente a la sede de la CIA y clarifique los sucesos, 13 horas... levanta vuelo, generando algo parecido a una película entretenida que cumple módicamente con aquello que se proponía ser.
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